La innovación en una empresa no se genera en las actividades tradicionales, en el día a día, en los procesos que generan la facturación de la manera habitual «como hacemos las cosas aquí», en el espacio dirigido y controlado por el presupuesto de la organización.
La innovación se genera en un espacio más informal, donde no hay reglas, donde la autoridad se difumina, donde funciona el liderazgo basado en el prestigio más que en la autoridad o la jerarquía. Se forja en el atrevimiento, en la ruptura de reglas preestablecidas y allí donde no llega el presupuesto «formal».
Frente al «espacio negro» de la organización (el conjunto de actividades diseñadas y gestionadas para sacar rendimiento a las oportunidades de negocio conocidas y probadas), aparece el «espacio blanco» de los innovadores internos, en el que se apuesta por oportunidades nuevas, frecuentemente oportunidades radicalmente nuevas, con un mayor grado de incertidumbre y con un mayor riesgo.
El innovador informal está movido por una energía que los especuladores nunca podrán entender.
Posiblemente, el innovador del «espacio blanco» busca demostrar al mundo que su idea tiene sentido, y espera más el reconomiento que hacerse rico.
Lo que digo puede parecer sorprendente. Las grandes empresas alardean de ser muy innovadoras, y más en los que tiempos que corren, pero mi impresión es que en la mayoría de ellas prima el presupuesto sobre la visión.
Los directivos deben mimar a la gente que se mueve en el «espacio blanco». El directivo se debe centrar en que la maquinaria del «espacio negro» (la que genera el cash-flow) funcione a la perfección, pero en modo alguno tiene que poner obstáculos a que el «espacio blanco» surja, se desarrolle, y madure.
Más tarde, deberá ver cómo integra esa madurez en el «espacio negro», esperando que aparezca una nueva generación de innovadores internos que lo ponga de nuevo todo en cuestión.
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